miércoles, 22 de noviembre de 2017

Prisiones de Honduras


Descripción

Honduras es un país que se encuentra ubicado en el corazón de Centro América, formado por 18 departamentos y con una extensión territorial de 112,492Km2. Un país con una diversidad natural, unas playas exuberantes, montañas especiales para realizar senderismo, canopy.

Existen muchas actividades para  realizar, recreativas, religiosas, y con fines educativos.







Mapa

En esta oportunidad hablaremos sobre las prisiones de Honduras, especialmente la que se encontraba en Tegucigalpa, la capital. ¿Sabes dónde se ubica? Te dejo el enlace para que en tu próximo viaje incluyas a Honduras en tu destino a visitar.


Historia 

En materia de seguridad cuenta con siete penitenciarias y 18 Centros Penales, ubicado en todo el país, excepto Islas de la Bahía.  La mayoría de los centros carcelarios se concentraron en los departamentos de Atlántida, Yoro, Francisco Morazán, y La Paz.
Atados a un cepo y cumpliendo trabajos forzados, así era la vida de un reo en el sistema penitenciario a principios de 1900 en Honduras.
El sistema penitenciario hondureño comenzó allá por el año 1870 cuando se construyó la primera cárcel como tal en Yoro, al norte de Honduras. Era una edificación de abobe, madera y teja con una capacidad de apenas para 150 reclusos.
Pero fue entre 1883-1888 cuando, por órdenes de Marco Aurelio Soto, se edificó la primera Penitenciaría Central (PC), que por más de un siglo funciono en el barrio La Hoya, de Tegucigalpa.

                                                                                                               PC, Barrio la Hoya, Tegucigalpa

Con una inversión de L.30,500.00 se creó el murallón perimetral de barro, mientras que las bartolinas eran de adobe, suelo empedrado, techos de madera rustica y teja.
Apenas albergaba a 184 reclusos, entre ellos varias mujeres. Con la crecida de Río Chiquito que estaba cerca de la cárcel y que con las fuertes lluvia inundaba el huerto que habían creado, sacaban algunas legumbres que servían para su alimentación.


Más adelante, en tiempos de la dictadura de Tiburcio Carias Andino (1933-1949), la PC fue ampliada hacia el sector de La Plazuela, cubriendo un amplio terreno en el histórico barrio La Hoya, además se le construyó un segundo piso y varios torreones de vigilancia.
Para entonces se estableció una serie de pesadas tareas que obligatoriamente los reclusos debían cumplir. Ellos fueron responsables de abrir paso a algunas de las carreteras del país; con picos y palas rajaban peñascos e iban abriendo la senda para los constructores.
El historiador Mario Argueta señala que muchas de las viejas calles empedradas de Tegucigalpa que hoy conocemos fueron realizadas con mano de obra de reclusos.
La pesada labor era realizada mientras estaban atados de sus pies con cadenas que los unían a otros compañeros y a bolas de hierro de aproximadamente 60 libras de peso, por lo que la sola idea de intentar escapar era absurda.


El periodista Wiliam Krehm, ex corresponsal de la revista Time, en su libro “Democracia y Tiranías en el Caribe”, describe la situación de los prisioneros en ese tiempo: “En sus celdas de piso bajo, practican lecciones de música, y hacen saber al visitante que el progresivo régimen del doctor y general Carías se asegura la colaboración para redimir a sus ciudadanos descarriados. Pero hay otras prisiones que no se enseñan a los turistas. Y en las PC cientos de prisioneros políticos se pudren en húmedos calabozos. Algunos arrastraban cadenas a las cuales van sujetas bolas de hierro de sesenta libras; otros se ven obligados a permanecer con el rostro hundido en las tierras humedecida del pavimento, con un peso en la espalda, durante interminables semanas. Había una silla eléctrica cuyo voltaje era insuficiente para matar, pero lo bastante fuerte para despertar la lengua, y celdas donde no se puede estar ni de pie ni echado.
Muchos de los reclusos perdieron a razón y otros murieron. Los azotes se administraban con un látigo denominado “Verga de Toro”, hecho con el órgano genital de una res, distendido y seco, con un alambre atravesado en su canal.

Las cárceles subterráneas se mantuvieron casi en secreto, pero mediante unas excavaciones en la década de 1950 se encontraron restos humanos y hasta argollas a las que los presos eran asegurados, hallazgos plasmado en el libro “Mártires de la Tiranía”.





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